PRIMERA PLANA


El Día de la Madre, una celebración viciada por la publicidad

La celebración del Día de la Madre se remonta en la antigua Grecia, cuando los griegos rendían tributo a Rhea, para ellos una diosa y madre de otros dioses como Zeus, Poseidón, Neptuno y Hades, entre otros.

Al correr de los años, los cristianos transformaron esta fiesta en un tributo a la Virgen María. El tiempo ha ido transcurriendo y la celebración del Día de la Madre ha variado según las costumbres de cada país. Por ejemplo, en varios países se celebra el primer y segundo domingo del mes de mayo, en otros como Panamá, se celebra el 8 de diciembre.

Lo importante es que a pesar de tener distintos orígenes, todas las conmemoraciones desembocan en un mismo propósito, homenajear a las madres. Una madre representa el comienzo de la vida, la protección, la esperanza y la alegría. Ser madre es algo tan valioso, tan hermoso y tan necesario que debe ser una fiesta ensalzada, otorgándole la importancia que se merece.

Sin embargo, en países como Honduras el marketing y el consumismo han viciado esta fiesta con un bombardeo publicitario que nos induce a celebrar este día comprando obsequios para las madres.

Y no es que esté mal comprar un regalo para la reina de la casa, si la capacidad económica lo permite. El problema es que la cultura machista, implícita en la publicidad, nos ofrece una larga lista de electrodomésticos como propuesta para regalarle a mamá.

Esta oferta representa los roles reproductivos y domésticos impresos en el estereotipo peyorativo de la mujer. Asumiendo de manera tácita que las mujeres solo son madres y deben estar cocinando y limpiando la casa, lavando la ropa, cuidando a los hijos y al esposo.

Invisibilizando el aporte valioso de las mujeres a la economía familiar, nacional y al desarrollo del país, ya sea desde el mercado formal e informal. Esta publicidad sexista ignora que cada vez más mujeres están insertas en el mercado laboral, en el campo productivo, en la academia, en las áreas técnicas y en la política.

Nuestra sociedad asigna a la mujer la realización del trabajo reproductivo o doméstico, reduciéndola al ámbito privado y al hombre el mundo público, esto crea una división sexual del trabajo que se considera natural, es socialmente aceptada y fomentada a través de diferentes mecanismos como la publicidad.

En la actualidad se observa una aceptación creciente para que la mujer incursione al mercado laboral, por razones fundamentalmente económicas, pero sin desatender las tareas del hogar, es lo que en la teoría de género se conoce como la doble y hasta triple jornada de la mujer, cuando además de las labores domésticas, se desempeña en una empresa de cualquier tipo y participa como voluntaria en actividades comunitarias, gremiales, religiosas o políticas.

Según estudios realizados por las Naciones Unidas, las mujeres realizan las dos terceras partes del trabajo mundial, reciben el 10% del ingreso y poseen el uno por ciento de las riquezas del mundo.

En el hogar además de madre y esposa, abuela y tía, la mujer es administradora, maestra, enfermera, cocinera, lavandera, aseadora, sastre, electricista, fontanera, carpintera, orientadora, centinela, catequista, compañera, una mano amiga y un hombro donde apoyarnos, desahogarnos y llorar nuestras penas.

Este trabajo doméstico es gratuito, no tiene horarios definidos, es repetitivo, no remunerado, invisible y por ende no contabilizado en las cuentas nacionales ni en la formación del Producto Interno Bruto de los países, sin embargo es esencial, pues sencillamente es imposible el funcionamiento de ninguna familia sin este trabajo imprescindible que realizan las mujeres día a día, independientemente del sector social al que pertenezca.