Misoginia: “el odio a la mujer”

La misoginia es la aversión u odio a las mujeres o la tendencia ideológica o psicológica que consiste en despreciar a la mujer como género y con ello todo lo considerado como femenino.

Comúnmente se confunde a la misoginia con una forma extrema de sexismo y aun de machismo. Esta concepción es errada porque la misoginia no consiste en ser partidario del predominio del hombre sobre la mujer, sino en pensar que el hombre debe liberarse de cualquier tipo de dependencia del género femenino. La mujer, y como consecuencia la concepción y la familia, son consideradas como aberrantes y rechazables, o, en todo caso, tal vez buenas o necesarias para otros, pero no para uno mismo.

Esta aversión no es exclusiva de los hombres. La escritora española Anna Caballé ha demostrado que muchas mujeres también han sido y son misóginas. La misoginia ha sido considerada como un atraso cultural arraigado al concepto de superioridad masculina, según el cual el rol de la mujer es dedicarse exclusivamente al hogar y a la reproducción.

En la teoría feminista, la misoginia es reconocida como una ideología política similar al racismo o el antisemitismo, existente para justificar y reproducir la subordinación de las mujeres por los hombres.

La misoginia y la actitud misógina forma parte de los patrones culturales de muchas sociedades, que establece rígidas reglas de conducta para las mujeres y que ante el cumplimiento estricto de las mismas, se toma la vía de culpar a la mujer.

Esto ha ocasionado que, a causa del poder de los varones, ellas estén expuestas a violencia física, abuso sexual, degradación, trato injusto y humillante, así como discriminación legal y económica, situación que se alimenta con la creencia de la supuesta inferioridad femenina y supervaloración del dominio masculino, viéndose este último reforzado por factores como tradicionalismo, entorno familiar iglesias y medios de comunicación.

De lo anterior se deduce que la misógina propicia que como sociedad permitamos y aceptemos como natural la violencia doméstica, la esclavitud e inferioridad de las mujeres y hasta el femicidio.

Expertas estiman que mientras la misoginia no nos produzca el mismo espanto que el terrorismo, el nazismo, el racismo y la homofobia, las mujeres continuarán siendo mutiladas, lapidadas, agredidas y asesinadas por el simple hecho de ser mujeres.

Factores socioculturales que propician la mortalidad materna

La sociedad hondureña ha conseguido logros significativos en la reducción de las tasas de mortalidad materna, con relación a las existentes en la década de los ochentas.

No obstante, la mortalidad materna continúa siendo un problema social de graves consecuencias para la vida de las mujeres, tal y como lo reflejan los actuales datos estadísticos. Por cada 100 mil nacidos vivos, el riesgo reproductivo es de 326 y la tasa de mortalidad materna es de 108 respectivamente.

Las principales causas de muerte en las embarazadas siguen siendo la hemorragia, los trastornos hipertensivos y las infecciones, problemas prevenibles si hay un adecuado control prenatal.

No obstante, hay factores socioculturales que también propician la muerte de las mujeres en la etapa del embarazo. Por ejemplo en las zonas menos urbanizadas, priva especialmente la concepción que el hombre es “dueño” de la mujer, y esto se traduce en una relación desigual entre la pareja y en una evidente desventaja o falta de poder para las mujeres porque las inhabilita para dirigir y proteger su vida con relación a su sexualidad y reproducción.

También en la sociedad hondureña prevalece el concepto de maternidad como un hecho biológico, natural, básico para la realización personal de las mujeres. El hecho biológico de la concepción, deriva en una obligación cultural para las mujeres de cuidar a sus hijos e hijas, en tanto que el hecho biológico de fecundar que poseen los hombres no conlleva a la misma obligación cultural y social.

Pese a lo anterior, los hombres tienen control sobre la sexualidad y la capacidad reproductiva de la mujer pues –en la mayoría de los casos- son ellos quienes deciden cuándo, cómo y dónde tener relaciones sexuales, y si hay complicaciones en el momento del embarazo que ponen en riesgo la vida de la mujer, en última instancia el hombre, marido o compañero tiene el poder de decidir dónde, cuándo y cómo se prestará auxilio a esa mujer.

Es evidente que la población femenina con mayores niveles de afectación, es la que tiene un limitado acceso a la educación, que vive en condiciones de pobreza y en zonas urbano marginales.

Además de las condiciones socioeconómicas de las mujeres, la calidad de la atención en los servicios sanitarios, es otro de los factores que contribuyen en agravar la problemática de la salud de las mujeres en edad reproductiva, lo que a su vez incrementa los riesgos de muerte por causas asociadas al embarazo, parto y puerperio.

Para contribuir a reducir la tasa de mortalidad materna es necesario el incremento del uso de los anticonceptivos, del control prenatal y la cobertura del parto institucional, sumado con la aplicación de las políticas de salud sexual y reproductiva y el respeto al derecho de las mujeres para decidir sobre su propio cuerpo.

Misoginia: “el odio a la mujer”

La misoginia es la aversión u odio a las mujeres o la tendencia ideológica o psicológica que consiste en despreciar a la mujer como género y con ello todo lo considerado como femenino.

Comúnmente se confunde a la misoginia con una forma extrema de sexismo y aun de machismo. Esta concepción es errada porque la misoginia no consiste en ser partidario del predominio del hombre sobre la mujer, sino en pensar que el hombre debe liberarse de cualquier tipo de dependencia del género femenino. La mujer, y como consecuencia la concepción y la familia, son consideradas como aberrantes y rechazables, o, en todo caso, tal vez buenas o necesarias para otros, pero no para uno mismo.

Esta aversión no es exclusiva de los hombres. La escritora española Anna Caballé ha demostrado que muchas mujeres también han sido y son misóginas.

La misoginia ha sido considerada como un atraso cultural arraigado al concepto de superioridad masculina, según el cual el rol de la mujer es dedicarse exclusivamente al hogar y a la reproducción.

En la teoría feminista, la misoginia es reconocida como una ideología política similar al racismo o el antisemitismo, existente para justificar y reproducir la subordinación de las mujeres por los hombres.

La misoginia y la actitud misógina forma parte de los patrones culturales de muchas sociedades, que establece rígidas reglas de conducta para las mujeres y que ante el cumplimiento estricto de las mismas, se toma la vía de culpar a la mujer.

Esto ha ocasionado que, a causa del poder de los varones, ellas estén expuestas a violencia física, abuso sexual, degradación, trato injusto y humillante, así como discriminación legal y económica, situación que se alimenta con la creencia de la supuesta inferioridad femenina y supervaloración del dominio masculino, viéndose este último reforzado por factores como tradicionalismo, entorno familiar iglesias y medios de comunicación.

De lo anterior se deduce que la misógina propicia que como sociedad permitamos y aceptemos como natural la violencia doméstica, la esclavitud e inferioridad de las mujeres y hasta el femicidio.

Expertas estiman que mientras la misoginia no nos produzca el mismo espanto que el terrorismo, el nazismo, el racismo y la homofobia, las mujeres continuarán siendo mutiladas, lapidadas, agredidas y asesinadas por el simple hecho de ser mujeres.

¿Quién es la Cuarta?

Quién es la cuarta es el nombre de este artículo, seleccionado a raíz de la revisión de los panfletos distribuidos por el Poder Ejecutivo para promocionar la Cuarta Urna.

Dicha urna, alejándola del concepto político y filosófico, es una figura geométrica de seis caras cuadradas, es decir un hexaedro o también conocido como cubo.

Para otros es simplemente un objeto cuadrado para depositar algo en el interior. Sin embargo, en los panfletos, la cuarta urna está representada por el cuerpo de una mujer. Reproduciendo indiscriminadamente el estereotipo que las mujeres somos únicamente un cuerpo que seduce, cautiva, persuade y vende.

En la historieta del brochur en mención, el campesino finalmente entiende qué es y para qué sirve la cuarta urna y entonces feliz y convencido decide irse con la cuarta. Pero en el dibujo, el campesino abraza a una mujer seductora, con senos grandes, cintura de avispa y trasero exuberante.

Se interpreta que la mujer es la “dulce” recompensa por la decisión de apoyar una consulta popular que además de ilegal atenta contra la Constitución de la República, un instrumento legal, que también es representado en el colectivo imaginario de la población con la figura de una mujer, en la mayoría de los casos violada, abusada y mancillada.

No faltará quien diga que los dibujos inanimados utilizados por el gobierno en su publicidad son inofensivos. No obstante, de manera implícita discrimina a las mujeres. Particularmente cuando se presenta al cuerpo femenino como un “objeto sexual”.

En los medios escritos (diarios, revistas), la televisión, Internet y los afiches es una costumbre, equivocadamente aceptada, el hecho de reducir a la mujer al mismo nivel que cualquier “objeto”.

Vemos como normal que dentro de todo el contenido publicitario la mujer está despersonalizada, sin identidad propia, sólo pone su cuerpo y belleza al servicio de la satisfacción de los hombres. La imagen de la mujer aparece en la publicidad en mayor proporción que la imagen del varón, sobre todo si el anuncio tiene un contenido sexual.

La imagen de la mujer aparece simplemente como un adorno o vehículo de promoción del producto, pero siempre es una imagen que sirve como reclamo erótico. De esta manera, primero atrae la mirada del espectador varón para traspasar posteriormente su atención al objeto del anuncio, la marca o producto publicitado.

Volviendo al tema de la cuarta urna, aunque todos los medios han dado cobertura a sus actividades, pocos han destacado, que la mayoría de las personas que asisten a los plantones convocados por el Movimiento “Alianza por una Honduras en Paz y en Democracia” son precisamente mujeres. Que valientemente tomaron la decisión de salir de sus casas, sus oficinas, colegios y universidades para exigir respeto a la Constitución de la República y a la democracia. Como en todos los acontecimientos importantes del país las mujeres están presentes construyendo patria, haciendo historia.

Persisten retos para las mujeres en Latinoamérica

América Latina ha avanzado mucho en las propuestas de equidad de género, pero los organismos de Naciones Unidas todavía detectan en la región problemas de violencia contra la mujer, embarazos entre adolescentes y falta de conciliación entre la vida laboral y familiar.

Además hay que agregar que el femicidio y la violencia de género todavía golpean de forma alarmante a países como Guatemala, Honduras y algunas áreas de México, como Ciudad Juárez, afirma el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Aunque en algunos países el femicidio no está tipificado como delito, se han logrado importantes avances como la integración de comisiones especializadas para investigar este tipo de crímenes al interior de las instancias operadoras de justicia. Pese a ello la mora judicial por este delito sigue siendo alta y solo un mínimo porcentaje culmina en sentencia.

El PNUD cree que falta mucho por hacer en temas como la prevención de embarazos no deseados, aunque reconoce que es un tema complejo, con implicaciones más allá de la redacción de una ley de interrupción voluntaria o aborto. En países como Honduras tiene que ver con la falta de educación sexual y el acceso a los métodos de planificación.

Las altas tasas de embarazo entre adolescentes en algunos países están aumentando la brecha socioeconómica, porque son las jóvenes de menos ingresos y de menor escolaridad las que están teniendo más hijos.

En Honduras por ejemplo la mayor incidencia se da en las zonas rurales, donde ocurren hasta 162 nacimientos por cada mil mujeres adolescentes y más entre las jóvenes con poca o ninguna escolaridad.

La Encuesta Nacional de Epidemiología y Salud Familiar, señala que en Honduras el 25 por ciento de la población corresponde a adolescentes, de los cuales un 59 por ciento ya tuvo su primera relación sexual antes de llegar a los 20 años.

Mientras que el 38 por ciento ya tiene un hijo a esa misma edad. Además, la mayor tasa de mortalidad materna la comprende el grupo de mujeres entre 12 y 20 años, porque el riesgo de morir de una adolescente es mayor comparado con una mujer adulta debido a que su estructura anatómica aún no está preparada para el embarazo y mucho menos para el parto.

Sobre este mismo tema, Rebeca Grynspan, directora regional para América Latina y el Caribe del PNUD afirma que esta temática toca fibras muy sensibles de las creencias, prejuicios y los valores de todas las personas. Pero lo que está mal, es que cualquier grupo se atribuya el poder de imponer sobre otros grupos poblacionales sus creencias", como en el caso de los fundamentalistas.

Medios de Comunicación y Violencia contra las Mujeres

La dimensión de la problemática de violencia contra las mujeres, tanto por las cifras como por sus características es compleja y sus consecuencias afecta a toda la sociedad no únicamente a la mujer que la sufre.

Aunque sabemos que no es natural, la violencia de género se incuba en las familias, en la sociedad y en el estado, debido a la inequidad y cultura patriarcal transmitida de generación en generación a lo largo de los años.

La violencia contra las mujeres no es un fenómeno nuevo, ha existido siempre silenciada, legitimada y culturalmente aceptada, sin embargo, en los últimos años ha surgido un mayor interés por este problema, principalmente en la agenda de los medios de comunicación.

Tanto los medios impresos como los electrónicos, abordan la temática de la violencia aunque no con la debida profundidad y profesionalidad que amerita este problema social.

Con mucha frecuencia se escucha al o la periodista, o en nuestro país a los funcionarios de la Secretaría de Seguridad, argumentar que la violencia hacia las mujeres es producto de malas conductas, actitudes individuales, problemas relacionados con adicciones y negocios ilícitos, y NO como el resultado de un sistema de discriminación y violación a los derechos humanos de la población femenina.

La forma tradicional en que se redactan los titulares, casi justifican la violencia hacia las mujeres, como en el caso de “celoso marido asesina a su mujer”, traduciéndose inconscientemente que la mató porque la quería y porque era de su propiedad.

También los titulares: “borracho acuchilla a su esposa”, o “cegado por la ira marido apuñala a su compañera” llevan implícita una justificación tácita que nos acerca a la exculpación por el alcohol, pasión amorosa, locura, etcétera. Sin la debida investigación calificamos el hecho como un crimen pasional, cuando se trata de un homicidio o en el lenguaje de género un Femicidio.

Con lo anterior queremos resaltar que las palabras no son inocentes y datos y comentarios aparentemente inofensivos pueden tergiversar gravemente la información que merece este tipo de noticias.

Es importante que cuando hablemos de violencia contra las mujeres centremos el tema en el campo de los derechos humanos y para ello es necesario:
1. Insistir en el aspecto estructural de la violencia: los violadores no son locos, ni actúan movidos por celos o pasiones amorosas. Quien maltrata e incluso llega a matar a una mujer es un presunto asesino u homicida.
2. No calificar al maltratador y o violador porque lo transformamos en un ser que no puede responder de sus actos y por lo tanto se le tiende a restar culpabilidad.
3. Es necesario No considerar los hechos aislados y enmarcarlos en un problema más amplio, la violencia doméstica por ejemplo, es un problema público aunque se manifieste en el ámbito privado.
4. En cada caso de violencia contra las mujeres se debe destacar las circunstancias que rodean los hechos, antecedentes policiales o el incumplimiento de medidas.
5. Es necesario también identificar claramente la figura del agresor en cuanto a su comportamiento, para ayudar a otras mujeres a identificar la figura y características de los agresores.

Construyendo un lenguaje no sexista (II)

En la IV Conferencia Mundial de la Mujer en Beijing (realizada en 1995) se consideró a los medios de comunicación como una de las 12 áreas de especial interés para lograr la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres. Por que precisamente los medios de comunicación son un elemento fundamental en la formación de opinión e importantes agentes de socialización.

En la construcción social de lo femenino y lo masculino, los medios de comunicación son los que dan significado y validan ciertas conductas asociándolas a roles y estereotipos de género establecidos y reproducidos a menudo.

Hoy en día, la mujer sigue estando en clara desventaja frente al hombre. Una de las manifestaciones más notables de esta desigualdad es la ocultación de la mujer en el lenguaje.

Y es, precisamente, el lenguaje el elemento que más influye en la formación del pensamiento de una sociedad. Por tanto, mientras nuestra habla cotidiana siga haciendo invisible a las mujeres, no conseguiremos conformar una sociedad igualitaria.

Aunque Albert Einstein decía que en nuestra sociedad es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio, el primer prejuicio que debemos intentar eliminar de nuestro lenguaje es que el género masculino engloba a lo masculino propiamente dicho y a lo femenino.

Una maestra es una mujer y no puede estar incluida en la expresión “los maestros”, donde hace alusión a hombres de la misma profesión pero excluye a las mujeres.

Tradicionalmente el lenguaje ha reflejado como un espejo los prejuicios cognitivos de la cosmovisión asumida por una sociedad, ayudando a instaurarlos y perpetuarlos. Lo más corriente entre las culturas hispánicas es la minusvaloración o desvalorarizaciòn de la mujer.

Se puede empezar por reconocer que el lenguaje sexista expresa la diferencia entre géneros, creando la idea de una falsa desventaja de uno frente al otro. Lo común es que el femenino se subordine al masculino, pues históricamente a la mujer se le ha concedido menor valor, habilidades y capacidades que al hombre. El lenguaje sexista desvaloriza a las personas y es reconocido como una forma de discriminación que debemos eliminar.